No sé si es sólo que me pasa a mí, pero cada día me da más pereza ir a los parques con el pichón. Lo ideal es cuando salimos por las mañanas porque no hay ni Blas. Si acaso, el único que aparece es el operario de limpieza del ayuntamiento que barre las hojas caídas de los árboles.

Sabéis lo que me da pereza, verdad? Sí, es la gente. Pero no la gente “normal” (¿eso existe?), no. A mí lo que me da ansia viva y me hace sentir mal son esos niños maleducados, esas madres (padres veo muy poquitos) apoltronadas con sus móviles en un banco, pasando de lo que hacen sus retoños…
Vamos a ver, que sí, que un niño puede tener un mal día y estar “cruzado”. De acuerdo. Pero esta tarde he vivido el horror parqueril cuando dos niñas se han dedicado a chinchar al pichón.
A una de las niñas –y a su madre- ya la conocemos de vista, de otros días y es de la edad del pichón (no coincidíamos desde antes del verano, así que ni se recordaban entre ellos). La otra debía ser compañera suya del cole, o amiga, o vecina porque iban juntas y las madres igual.
Primero se ha acercado una queriendo que mi hijo le diera el juguetito que él llevaba. Mal. Mi pichón está en esa etapa del “mío” y sus cosas, suyas son. Lógico. A ver, a mí me viene una persona que conozco de vista, que veo de higos a brevas, y me pide que le dé lo que tengo en la mano (mi preciadísimo móvil, por ej.), y como que no… que no se lo doy. Primer berrinche. La niña detrás seguía insistiendo.

Al final, el pichón ha acabado berreando, dándose –sin querer- un golpe en la cabeza y la niña más feliz que una perdiz detrás de él, insistiendo en que le diera el juguete.
Después, se ha unido a la causa su amiga y se han reído de mi hijo porque llevaba pañal (se le asomó por la cinturilla del pantalón). Mi pichón no ha entendido nada, pero no le ha gustado la actitud de las niñas y sólo acertaba a ponerles la mano extendida frente a ellas gritando “NO!”.
El comentario hacia mi hijo de una de las madres ha sido patético. Ha dicho como algo así:
“Si, tú dile que no a las niñas, que cuando seas grandes y sean ellas la que te digan que NO, ya verás, jajaja”.
Di que sí, morena, fomentando el machismo desde bien pequeños. Olé por ti y tu comentario machista-retrógrado. Mi hijo, por ser un niñO se supone que va a ser un baboso que va a ir rogando amor detrás de toooodas las bellas niñas del universo que le darán calabazas. Claaaaro. Y tu hija, por se niñA, será la princesa de fresa por la que suspiren toooooodos los varones del planeta a los que ella dirá no (recordemos que son unos babosos).
He puesto cara de mala hostia total (-acto reflejo incontrolable ante gilipolleces supremas-). Ni p— gracia. Ninguna. Cero. Asco total.

He intentado irme a otra parte del minúsculo parque. Cuando conseguí calmarle, le animé a que se montara en un caballito-balancín. Pues allá han ido las niñas corriendo y se han montado ellas antes riéndose. Resultado: otro berrinche. Aquí ha intervenido una madre (oeee!) y ha conseguido que su hija le dejara montar al pichón.
¿Creéis que ha acabado aquí la cosa? Noooo! Las dos “criaturitas celestiales” se han puesto a dar vueltas corriendo alrededor de mi hijo –mientras montaba en el caballito- y le decían una y otra y otra vez: “hola, hola, hola, hola…”. Resultado: otro berrinche.
He sacado al niño del caballito y me lo he llevado a ooootra parte. Había niños más mayores y sin problemas. Estaban todos saltando de un lado a otro.
A eso que estaba subiéndose en una plataforma de madera cuando han llegado las niñas y una le ha dicho algo (con los gritos del pichón no escuché la palabra). Debió ser una palabrota porque la madre le ha gritado que eso no se dice. Así que ooootra pataleta. Ya me he hartado y me fui a los columpios. Las niñas venían detrás riéndose. Finalmente, aparecieron las dos madres y me preguntan, como asombradas, como si mi hijo fuese un histérico, que qué pasaba. No venían de mal rollo, que conste. Pero era como si la culpa fuese de mi hijo que no quería jugar con ellas.

Ufffff… Ahí ya nos hemos ido. Le he conseguido calmar antes y nos hemos ido dando un paseíto hasta casa. Por el camino, el pichón me ha dicho: “mamá, las niñas eran muy pesadas. Yo no quería jugar con ellas”. Obviamente, le he dado la razón.
No entiendo que las madres (y padres) pasen tanto de sus hijos. Leñe! No estás viendo que algo pasa?! Habla con tu retoño y explícale las cosas. O apártalo de la situación –que es lo que he intentado hacer yo sin éxito porque nos seguían-. Ahí están sentadas en manada, en el banco, hablando de sus cosas o si están solas van enganchadas al móvil. Y luego la loca es una 
Vale que hay que dejarles resolver sus cosas, pero hay veces que ya pasa de castaño oscuro. Tampoco yo he sido muy borde, que conste. Ni he les dicho nada en plan reproche a las madres o a sus niñas. He ido dejando fluir las cosas hasta que tenía que intervenir -porque conozco a mi hijo y sé cuando está pasándolo mal-.
Una hora de tortura en el parque. Cuando llegamos a casa, me sentí mal por no haber sabido hacerlo de otra manera. Dudo mucho que las madres de esas niñas ni se acuerden a estas horas de lo sucedido.
Mi pichón, ha llegado derrotado a casa. Me ha pedido la cena y a las 8.30 ha cogido su cuento para dormir. En menos de 5 minutos estaba en sueño profundo. Una servidora, tras esta reflexión, se va a dormir también.
Mi conclusión: se está mejor en el parque por la mañana ;P
¿Este tipo de situaciones también pasan en los parques a los que vais asiduamente? ¿Sois de las madres/padres que estáis pendientes de vuestros niños cuando juegan, o les dejáis hacer y os apartáis?